LA MEDIDA DE LAS CAPACIDADES HUMANAS
El último factor que se necesitaba para integrar plenamente a la psicología en el campo de las ciencias experimentales era el desarrollo de una capacidad de medición elevada. Como sabemos, la medición, en cuanto tal, fue inaugurada por los psicofísicos y por Wundt, pero estos estaban más interesados en la estructura de la mente que en el análisis estadístico de los datos, en el procesamiento de la información y su uso para fines prácticos. Esta tarea corrió a cargo de un grupo de psicólogos situados a ambos lados del Atlántico que, como resultado de un proceso colectivo, si bien no necesariamente continuo ni coordinado, generaron dentro de la psicología la capacidad de realizar medidas, cuantitativas y abundantes, de expresarlas mediante curvas y coeficientes numéricos (como el CI), y de utilizarlas a través de los primeros tests.
5.1. Las primeras mediciones: Francis Galton y James Cattell
El pionero en la realización de medidas fue Francis Galton (1822-1911), un sujeto peculiar y extraordinario, primo de Charles Darwin. Después de peripecias de diverso tipo, hizo un viaje de exploración a Namibia, donde dibujó unos mapas que, aparte de valerle un premio de la Royal Geographic Society, destaparon la afición que cultivó durante toda su vida adulta: la de medir cosas[1]. Algunos de sus proyectos (que cosecharon éxitos y fracasos) en este terreno fueron los siguientes: –En su intento por predecir el tiempo, inventó el mapa del tiempo y fue el primero en hablar de altas y bajas presiones, anticiclones e isobaras, etc. –Descubrió la unicidad de los patrones de las huellas digitales, y sugirió que podían ser utilizadas para la identificación de las personas; cosa que hizo Scotland Yard y después todos los departamentos de policía del mundo. –Intentó determinar –también mediante mediciones– si la oración era efectiva, para lo cual se dedicó, por ejemplo, a estudiar la longevidad de los monarcas, por los que todos rezaban en Inglaterra, comparándola con gente que conseguía menos oraciones; también propuso (sin éxito) que los servicios religiosos se realizaran solo en domingos alternos para poder estudiar después si la semana en la que se habían realizado había sido más próspera que aquella en la que no había tenido lugar. –Midió el grado de aburrimiento de las conferencias científicas (afortunadamente, no de las clases). –Intentó determinar el grado de belleza de las inglesas, llegando a la conclusión de que las más guapas estaban en Londres y las menos agraciadas, en Aberdeen.
En el marco más específicamente psicológico, lo que se propuso, y en lo que trabajó durante mucho tiempo, fue en la medición de la inteligencia, que acometió desde dos perspectivas. La primera era el innatismo pues creía firmemente que la inteligencia era una cualidad heredada. La segunda era su dependencia del empirismo, según el cual todo lo encontramos en los sentidos y esto le hizo llegar a la conclusión de que midiendo la capacidad y agudeza sensitiva de las personas se podría llegar a determinar su inteligencia. Por lo que se refiere al primer punto, realizó numerosos estudios para intentar determinar si el genio (la inteligencia) era hereditario o no. Uno de ellos consistió en estudiar la genealogía de personas relevantes y no relevantes de la historia inglesa para determinar después lo que denominó tasa de eminencia; es decir, si en una familia había personas de gran nivel intelectual, estudiaba si en sus descendientes también las había y en qué medida, y lo mismo en familias en las que en el punto de partida no había personas relevantes. Sus conclusiones, publicadas en el libro Genio hereditario: una investigación sobre sus leyes y sus consecuencias (1869), fueron que la eminencia se heredaba. A partir de esta supuesta conclusión científica Galton desarrolló su teoría eugenésica, que tendría un importante impacto en otros «medidores de datos» europeos y estadounidenses.
Puesto que el genio era hereditario (y el no-genio también) se trataba de mejorar la raza facilitando los matrimonios de personas de altas capacidades y dificultando o impidiendo la reproducción de personas deficientes. Para reforzar sus tesis frente a las críticas que recibió, realizó el primer cuestionario de la historia, enviando una lista de preguntas a 200 investigadores de Gran Bretaña cuyos resultados fueron publicados en Hombres de ciencia ingleses: su naturaleza y su crianza (1874), y le llevaron a admitir en parte la influencia del entorno. Otro libro importante fue Investigaciones en torno a las facultades humanas y su desarrollo (1873) en el que realizó estudios sobre gemelos e ideó el primer test de asociación de palabras, al escribir un conjunto de palabras, pedir que se asociase libremente con otra, y dedicarse después a interpretar los resultados.
También creó un laboratorio de antropometría en el que, por una módica cantidad, realizaban a quien lo deseara todo tipo de medidas corporales que luego almacenaba en sus archivos. Además de las aportaciones ya señaladas, Galton ha sido muy relevante por formular el concepto de correlación como modo de utilizar la información estadística. Los datos de las mediciones proporcionan información científica, pero, si no se organizan y estructuran de algún modo, al final son inútiles ya que carecen de significado.
Pues bien, Galton fue el que desarrolló y definió el término de correlación entre dos variables de este modo: «dos órganos variables se dice que están correlacionados cuando, por término medio, la variación de uno acompaña a la variación del otro y en la misma dirección. Es decir, la longitud del brazo se dice que está correlacionada con la de la pierna porque una persona con un brazo largo, normalmente tiene una pierna larga y viceversa». Este concepto es de gran importancia porque sugiere la conexión (no necesariamente casual) entre los datos medidos, y, por lo tanto, la posibilidad de entender fenómenos psicológicos o de predecir resultados: si se incrementa una variable, también lo hará la correlacionada. Karl Pearson (1857-1936) contribuyó a estos avances elaborando la formulación matemática a esta correlación que produce el coeficiente de correlación (r). Galton también introdujo el concepto de mediana (distinto de una simple media, y que tiende a eliminar los elementos extremos en una valoración) y de regresión a la media, es decir, el hecho de que los datos extremos tienden a desaparecer y acercarse a la media. Por ejemplo, los individuos muy eminentes tienden a tener hijos no tan eminentes como ellos, y lo mismo sucede con las personas limitadas, solo que en sentido contrario. Su discípulo y seguidor más importante fue James McKeen Cattell (1860-1944)[2], que había estudiado con Wundt, pero al que abandonó al constatar que el interés de este por las mediciones era muy pequeño y, en particular, no estaba interesado en las mediciones de las diferencias individuales, es decir, en cómo los individuos generaban diferentes respuestas sobre los mismos hechos. Y es que, de hecho, a Wundt le interesaba justamente lo contrario: encontrar valores universales aplicables a todas las personas. Cuando descubrió la tarea que estaba realizando Galton, se unió a ella trabajando con gran entusiasmo en la realización de medidas individuales que permitían distinguir las cualidades específicas de cada sujeto. También compartió las tesis eugenésicas de su maestro, proponiendo que se dieran incentivos para que las personas eminentes se casaran y tuvieran hijos con personas eminentes. En esto tuvo el mérito de predicar con el ejemplo, ofreciendo 1.000 dólares a aquellos de sus hijos (tuvo 7) que se casaran con los hijos de un profesor de universidad (lo cual, por otra lado, suponía una valoración quizá excesivamente alta del mundo académico). Cuando Cattell volvió a Estados Unidos, de donde procedía, continuó con la realización de medidas de tipo galtoniano, es decir: agudeza visual, tiempos de reacción a estímulos visuales y auditivos, velocidad de golpeo, etc., a los cuales añadió algunas aprendidas con Wundt: umbral de dolor, presión de la mano, etc. A partir de ellas diseño algunos test mentales para aplicar a estudiantes y profesores universitarios. Los comenzó a aplicar en Columbia, donde se trasladó a partir de 1891, y se suponía que, como estas pruebas debían medir la inteligencia humana, debían estar muy correlacionadas entre sí y con los resultados académicos. Sin embargo, las investigaciones de una de sus estudiantes, Clark Wissler, en 1901, demostraron, de manera devastadora para sus teorías, que las correlaciones eran prácticamente inexistentes y, en concreto, que la correlación con el éxito escolar era prácticamente nula. Esto supuso la drástica disminución del interés por este tipo de experimentos, ya que en USA estaba despertando el interés por la psicología funcionalista, es decir, práctica; y las investigaciones de Wissler demostraron que este no era el caso. Por eso fueron abandonados, incluso por el mismo Cattell, que derivó su interés hacia la psicología aplicada formando parte del grupo funcionalista de Columbia.
5.2. Los tests de inteligencia
a) El test de Alfred Binet El éxito en la formulación y desarrollo de los test de inteligencia llegó a través de una vía distinta, la de Alfred Binet (1857-1911), y consistió en la medición directa de las capacidades intelectuales. Binet llegó a trabajar en estas cuestiones de manera un tanto rocambolesca ya que inicialmente se dedicó a la psiquiatría colaborando con Charcot en el famoso hospital de La Salpêtrière. En ese período afirmó que había logrado manipular los síntomas de un sujeto hipnotizado, transfiriendo la parálisis de una pierna a otra utilizando la polaridad de un imán. Pero después se descubrió que tal manipulación se había debido a la sugestión que él había realizado previamente al paciente y que, si tal sugestión no existía, no se lograba el proceso. Hubo, pues, de retractarse por escrito y, por el descrédito, abandonar su actividad profesional. Sin trabajo, Binet dedicó su atención al crecimiento intelectual de sus hijas y comenzó a realizar experimentos para medir sus capacidades intelectuales y su avance: cuántos objetos podían recordar, etc. También les aplicó algunos tests de Galton y Cattell, etc., puesto que, al igual que ellos, Binet estaba interesado en la psicología individual, es decir, en determinar las diferencias entre los individuos. De hecho, con su colaborador Henri, escribió un artículo con ese título en 1896. Pero, con el tiempo, cada vez fue creando más pruebas propias ya que consideraba que los métodos de Galton y Cattell –centrados en la percepción– no servían para valorar la inteligencia. El momento clave de su vida profesional tuvo lugar en 1903, cuando el gobierno francés le asignó a un grupo de estudio que se encargaba de evaluar los efectos de la escolarización obligatoria. Uno de los objetivos que se quería conseguir era encontrar un método para identificar a los «débiles mentales», con el objeto de poder escolarizarlos en aulas diversas de los normales. Binet tuvo entonces ocasión de comprobar los límites de los tests de Galton y Cattell, ya que los niños ciegos y sordos siempre aparecían como deficientes (puesto que sus capacidades sensitivas lo eran). Esto le impulsó a elaborar su test, realizado con su colaborador Simon y presentado en 1905 con el nombre de escala métrica de inteligencia y que se conoce más simplemente con el nombre de test de Binet-Simon[3].
Este test tenía un planteamiento completamente diferente a las medidas de Galton, y consistía en 30 pruebas de tipo intelectual que los niños de entre 2 y 10 años debían resolver. Cada grupo de pruebas (de menor a mayor dificultad) correspondía a lo que un niño normal de determinada edad debía ser capaz de resolver, determinando así el concepto de edad mental. Por ejemplo, las más sencillas, para niños de 2 años, eran: demostrar la coordinación visual, demostrar la coordinación de contacto, etc. Si un niño de esa edad las cumplía, su nivel de desarrollo intelectual era el apropiado para la edad; si no las cumplía, era deficiente, y si era capaz de realizar pruebas correspondientes a edades más elevadas, significaba que su nivel intelectual era más alto que la media. Binet y Simon fueron elaborando versiones cada vez más refinadas de su test. La primera solo permitía distinguir entre niños normales y deficientes, pero de 1911 alcanzaba ya hasta los 15 años y proporcionaba cinco tests para cada nivel de edad.
Para la difusión del test fue importante la introducción por parte del psicólogo alemán Stern (1871-1938) del término edad mental, que, dividido por la edad cronológica, dio lugar al famoso Cociente Intelectual. Terman, posteriormente, añadió la idea de multiplicar el resultado por 100 y aglutinarlo en las siglas QI (CI) que se han hecho mundialmente famosas.
La idea de fondo es simple, el CI de una persona consiste en la división entre su edad mental (EM) determinada mediante el test de Simon-Binet, por su edad cronológica y multiplicada por 100. Cuanto más supera una persona los 100 puntos, más alto es su nivel mental y cuanto más queda por debajo, más inferior es su inteligencia a la media de su edad.
CI = Edad Mental (EM) / Edad Cronológica (EC) x 100 Así, un niño de 10 años que responde como uno de 11 tiene un coeficiente de 11/10 x 100 = 110, y, uno de 10 que responde como uno de 9 años, de 9/10 x 100 = 90. Binet quiso ser muy cauto con los resultados de su test, ya que tenía una visión multipotencial de la inteligencia, es decir, pensaba que esta consistía en la realización de operaciones variadas y diversas y, por lo tanto, no podía quedar reducida ni reflejada en un solo número. Además, pensaba que, si bien la persona tenía un tope hereditario en el desarrollo de su inteligencia, podía mejorarla; no estaba obligado necesariamente a permanecer siempre en su nivel inicial de ignorancia o limitación. Sin embargo, y en contra de su parecer, la simplicidad de la fórmula se impuso y fue y ha sido utilizada muchas veces como símbolo de la inteligencia global de una persona. Este uso ha sido especialmente fomentado por aquellos psicólogos que tenían una visión más integral de la inteligencia y la consideraban una realidad unitaria, siguiendo así las posiciones de Spearman, que definía a la inteligencia como el resultado de un factor g (o general) que se constituía plenamente hacia los 9 años y permanecía inalterable en todas las actividades del individuo y los factores s (o sectoriales) que variaban libremente.
Estos psicólogos usaron, pues, el test de Binet-Simon pero rechazaron su modo de entender la inteligencia. b) La revisión Stanford y los termitas L. M. Terman (1877-1956) fue otro de los pioneros en la realización de tests, en este caso en Estados Unidos, y con mucho más éxito que Cattell. Estudió psicología con Stanley Hall pero pronto se separó de él para dedicarse a los tests mentales, tema que no interesaba a Hall. Su tesis se tituló Genio y estupidez: un estudio de los procesos intelectuales de siete chicos «brillantes» y siete chicos «estúpidos», marcando de algún modo la línea que seguiría el resto de su vida: la medición de la inteligencia y el estudio de los procesos relacionados con las mentes más dotadas. Al trasladarse a Stanford, tuvo conocimiento del test de Binet-Simon y se dedicó a mejorarlo y adaptarlo a los estudiantes americanos, pues los resultados no siempre eran adecuados. Para determinados rangos de edades, la mayoría de los niños daban un coeficiente intelectual superior a la media y, para otros rangos, inferior. También realizó otras mejoras o simplificaciones, como la terminología del cociente intelectual y validó su test con el éxito en los estudios obteniendo una correlación alta (todo lo contrario a lo que le había sucedido a Cattell); es decir, los que conseguían puntuaciones altas en el test, obtenían buenas calificaciones académicas y viceversa. Esta alta correlación fue decisiva en el éxito del test porque significaba que era válido y útil y, a partir de ese momento, comenzó a emplearse de forma masiva, bajo el nombre de Stanford-Binet. Él mismo realizó varias revisiones del test (1912, 1916, 1937); la última se publicó en 1960, después de su muerte[4].
El otro gran tema recurrente en las investigaciones de Terman fue el genio intelectual, movido, al igual que otros psicólogos cuantitativos (Galton, Cattell, Goddard), por una mentalidad eugenésica muy poco comprensiva con las personas con limitaciones y de tintes bastante racistas. Eso no fue óbice, de todos modos, para que llevara a cabo uno de los estudios estadísticos más importantes de la historia de la psicología que consistió en el seguimiento longitudinal de 1.528 niños superdotados (con CI medio de 150) a lo largo de décadas. El objetivo del test era determinar si los niños con altas capacidades intelectuales acababan fracasando en la vida, de acuerdo con la frase: «maduración temprana, descomposición temprana», que refleja la convicción de que, si alguien es demasiado precoz y capacitado para su edad, es difícil que pueda integrar bien esas capacidades y convertirse en una persona equilibrada. Pues bien, Terman realizó este estudio siguiendo a estos chicos y chicas, a los que se acabó por llamar «termitas», a lo largo de más de 30 años. Comenzó en 1921 y publicó los primeros resultados en 1926, bajo el título Estudios genéticos del genio. Este grupo de individuos ha seguido siendo estudiado durante mucho tiempo, incluso después de la muerte de Terman. La última revisión se realizó en 1990 por Tomlinson-Keasey-Little. En cuanto a las conclusiones, fueron contrarias a esa imagen popular del joven genio inadaptado. La mayoría de ellos continuaron triunfando en la vida a medida que su edad aumentaba. Como, de todos modos, hay algo cierto en la convicción de que los jóvenes genios o, simplemente, los niños con altas capacidades tienen en ocasiones problemas de adaptación en el colegio o en otros ambientes, lo que les puede producir, por ejemplo, déficits de atención, ya que aprenden todo mucho más rápido que el resto, se siguió investigando en este terreno. Leta Stetter (1886-1939), en particular, realizó investigaciones muy valiosas para mejorar la educación en personas con problemas de inteligencia, tanto por arriba como por abajo. Algunos trabajos particularmente importantes fueron Talentos y defectos especiales: su importancia para la educación (1923) y Psicología del adolescente (1928). c) La generalización de los test con estas mejoras, los test comenzaron a generalizarse en USA, y no solo en el ambiente académico, sino en la vida civil puesto que la mentalidad práctica americana pronto intentó sacar partido de una herramienta que parecía tener la capacidad de medir con cierta precisión la inteligencia y cualidades de las personas. Además de los psicólogos ya mencionados se puede destacar los trabajos de Goddard (1866-1957) [5], uno de los expertos mundiales en el test de Binet-Simón. Imbuido también por una visión hereditaria de la inteligencia, Goddard se aplicó a la investigación de la debilidad mental publicando un trabajo titulado La familia Kallikak, un estudio de la herencia de la debilidad mental (1912), del que sacó consecuencias eugenésicas: «Si los dos padres son débiles mentales, todos los hijos serán débiles mentales. Es obvio que no se pueden permitir este tipo de uniones. Está perfectamente claro que a ninguna persona débil mental se le puede permitir casarse o convertirse en padre o madre».
La posibilidad de usar los test en la vida civil llevó a pensar que podían aplicarse a los inmigrantes que llegaban a Estados Unidos y se recurrió a Goddard para ello. Entre su mentalidad de tendencia racista y la imprecisión con la que realizó los test, los resultados fueron desastrosos para los inmigrantes. Los datos arrojaban entre un 40 y 50% de imbéciles y débiles mentales por lo que las deportaciones aumentaron enormemente: en 1913 en un 350% y en 1914 en un 570%. Posteriores análisis han mostrado que gran parte del problema procedía de las condiciones en que estos se realizaban: en la misma isla Ellis apenas los inmigrantes descendían del barco después de un largo viaje, proponiendo preguntas extrañas a su entorno cultural, con problemas ligados a la traducción pues las preguntas eran en inglés, etc.
Otra contribución importante para la generalización de los test vino de Robert M. Yerkes [6]. Por un lado, manipuló el test de Binet-Simón para que pudiese dar un valor absoluto y no en relación a la edad. Su propuesta, simple pero práctica, consistía en una valoración por puntos que se concedían al sujeto –independientemente de la edad– a medida que superaba las pruebas del test. Así se lograba una puntuación global absoluta. Pero es famoso sobre todo por haber dirigido el programa de aplicación de test al ejército. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Yerkes, que era presidente de la APA (Asociación Americana de Psicología, por sus siglas en inglés: American Psychological Association), la convocó para estudiar en qué modo los psicólogos podían colaborar en la guerra y se llegó a la conclusión de que elaborando test que permitiesen determinar las capacidades de los soldados. Así surgieron las denominadas Prueba Alfa, para soldados letrados, y, posteriormente, la Prueba Beta, para analfabetos, pues se descubrió que un porcentaje alto de soldados ni siquiera entendía las preguntas de la primera. En total se aplicaron nada menos que a 1,75 millones de individuos durante el período bélico. Se ha discutido mucho sobre la utilidad que los test reportaron al ejército americano, pues no parece que en ese momento fueran muy efectivos; de hecho, fueron suspendidos nada más acabar el conflicto. Lo que sí parece fuera de duda es que la guerra ayudó a los test, al contribuir a su generalización y utilización de forma masiva en la sociedad americana.
Con el tiempo, el fervor hereditario-genético de muchos de estos pioneros de la psicología estadística, fue decayendo, a medida que se fue comprobando, más allá de toda duda, la gran influencia que tiene el ambiente familiar, social y la educación en la formación y progreso intelectual de las personas. Eso no significa que la herencia no tenga también peso, sino que, probablemente, la solución equilibrada a la pregunta por el origen de la capacidad intelectual de cada individuo es una mezcla ponderada de ambos elementos: herencia y educación. Determinar exactamente el peso de cada parte es probablemente imposible, lo que no significa que no se pueda ir avanzando en un mejor conocimiento de los elementos que generan la inteligencia. Lo que, con toda seguridad, es muy útil es reconocer que se trata de uno de esos grandes temas recurrentes de la historia de la psicología, cuya solución definitiva probablemente nunca se logre
Comentarios
Publicar un comentario