LAS REGLAS DEL DIÁLOGO (IDEAL)
LAS REGLAS DEL DIÁLOGO (IDEAL)
Los criterios de un debate “honesto”, que pueden delinear en conjunto una metodología
y una ética de la disputa, fijando los cánones compartidos en el debate que
permiten “desacreditar” a quien los contraviene, son incómodos por tres razones: son
difíciles de identificar, difíciles de contradecir, pero sobre todo difíciles de respetar.
Sea como fuere, por un lado, la experiencia práctica y, por otro, algunas investigaciones
en el campo argumentativo atestiguan que la observancia de ciertos comportamientos
promueve la discusión, la torna más provechosa y facilita su eventual solución
o disolución. Son pocas las reglas recomendadas o recomendables de diversa
naturaleza (lógica, ética y operativa), que por norma se pretende que sean respetadas
por los otros y que consideraríamos fastidiosas si fuéramos sorprendidos transgrediéndolas,
ya que delatarían deslealtad, impertinencia o prejuicio.
Primera, no te consideres infalible; no creas que tus ideas son intocables y tus
argumentos incontrovertibles. Tienes todo el derecho a tratar de ser convincente, pero,
si no lo logras, reconócelo, por lo menos en tu interior. Mantente abierto a la duda y
dispuesto a revisar tu posición de partida.
Segunda, busca un punto de partida común. La idea de que no se puede discutir si
no se está de acuerdo puede sonar a paradoja, pero compartir al menos una premisa
resulta fundamental por ese principio banal pero ineludible según el cual ex nihilo
nihil. Es desalentador medir algo con dos varas distintas.
Tercera, atente a lo que crees cierto. No afirmes como si fuera objetivamente verdadero
lo que sabes que es falso o puramente subjetivo.
Cuarta, aporta las pruebas que se te piden. Si se te exige que demuestres algo,
hazlo o prueba que es una pretensión absurda. Las pruebas serán de la calidad adecuada,
y la cantidad, suficiente (puede bastar con una sola o puede ser necesario reunir
más de una).
Quinta, no eludas las objeciones. En la disposición a responder a las contestaciones
y a las críticas está la razón de ser de la discusión; por tanto, eludirlo la hace naufragar.
Sexta, no eludas la carga de la prueba. Si la patata quema ahora, no quemará
menos cuando vuelva a tus manos.
Séptima, trata de ser pertinente. La irrelevancia de los argumentos es una de las
causas más difundidas del vicio lógico.
Octava, esfuérzate en ser claro. La ambigüedad es un excelente recurso para los
cómicos, no para el que discute.
Novena, no deformes las posiciones ajenas. Al referir los hechos o reformular las
intervenciones del otro, aplica el principio de caridad, que impone, en sentido positivo,
ser comprensivo, y en sentido negativo, no distorsionar. Atente a la mejor interpretación
posible de la posición de tu interlocutor.
Décima, en condiciones de empate final, suspende el juicio, a no ser que comporte
un daño mayor.
Undécima, en presencia de nuevos elementos, acepta la reapertura del debate y la
revisión del caso.
El respeto de estas reglas garantiza la “integridad del debate”. Quien no las observa
se convierte en culpable de alguna de las tantas falacias, que en realidad no sólo
son defectos lógicos, sino con frecuencia y voluntariamente transgresiones éticas o
pecados comportamentales, que se relacionan, además de con las reglas de la verdad y
de la validez, con las reglas de la buena conducta y de la discusión fructífera. Pero si
uno trata de vencer, o simplemente está firmemente convencido de su tesis, tenderá a
hacer prevalecer su “capacidad de debate” sobre la integridad.
Las reglas enunciadas forman parte obviamente de un modelo leal e ideal de discusión.
Las reglas de la discusión real se encuentran bien lejos de ajustarse a estos
principios normativos. Al código de conducta para una discusión válida y racional
convienen las palabras con que Tomás Moro concluye su Utopía: “También diré que
existen en la república de los utopianos muchas cosas que quisiera ver impuestas en
nuestras ciudades. Pero que no espero lo sean”. Un disputador real puede no ser
capaz, porque le falta la habilidad o la oportunidad, o no estar dispuesto, porque le
falta la voluntad, de respetar tales reglas. El abismo que separa la práctica efectiva de
la discusión y el modelo ideal, por un lado, y la disparidad de las capacidades y los
medios de los contendientes, por otro, son problemas de no poco calado.
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